La sangrienta forma en que la Policía Nacional Dominicana intenta controlar la delincuencia nos coloca en una disyuntiva: aplaudir la eliminación de antisociales o condenar las ejecuciones extrajudiciales, un eufemismo que enmascara asesinatos, la mayoría de ellos a sangre fría. Esta realidad nos plantea un serio dilema ético.

Este método de control, ilegal, convierte a la institución pública encargada de la prevención del crimen en la mayor organización criminal del país, evidenciando su profunda debilidad y falta de profesionalismo para perseguir y presentar a los antisociales ante la justicia con un expediente sólido, talvez no para que sean reformados, sino para que los aparte de la sociedad. La incapacidad de la policía para llevar a cabo investigaciones adecuadas nos lleva a cuestionar su rol en la sociedad.

Por otro lado, está la otra cara de la moneda y es que no son catecúmenos ni estudiantes universitarios. Hasta ahora, la policía se ha limitado a eliminar a peligrosos antisociales, y no ha habido excesos evidentes. Sin embargo, esta práctica no deja de ser peligrosa para la población. Normalizarla pone nuestras vidas en un alto riesgo, ya que cualquier ciudadano puede quedar a expensas de esta gran banda estatal y de la voluntad de cualquiera de sus agentes.

De normalizarse esta práctica, luego veremos cómo, por intereses, se eliminan personas y pasan desapercibidos debido a la presunción de que la policía está “haciendo su trabajo”. Un alias fabricado es suficiente para justificar en los medios de prensa el asesinato, no hay un Ministerio Público ni una Defensoría del Pueblo.

La realidad de todo esto es que es la propia incapacidad y complicidad con los delincuentes que lleva a la policía a recurrir a estos métodos tan sanguinarios. Como también es verdad que todos somos parte del juego cómplice que permite que algunos policías estén forrados en oro, con vehículos y vida muy alejada y fuera de sus expectativas salariales. Tenemos la policía que pagamos y la honestidad que exigimos.

Ciertamente, como seres sociales, respiramos y dormimos más tranquilos al saber que estos sujetos ya no están en las calles y que “se están tomando medidas contra la delincuencia”, pero como quedó expresado más atrás, es la conjugación de la policía y nuestra complicidad la única culpable de que la inseguridad nos haya quitado el sueño. Lo que debería llamarnos a reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo de nuestras decisiones como sociedad.

Así que, tenga cuidado con lo que aplaude y a quien le otorga el poder de disponer de la vida de los demás, incluida la suya. Nuestra responsabilidad como ciudadanos es fundamental para promover un sistema de justicia y seguridad más ético y efectivo.

Ing. Edgar Caraballo

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